lunes, 26 de febrero de 2018

La deforestación aumenta el impacto de la radiación solar en la superficie terrestre


A medida que se reduce la cubierta vegetal del planeta, la temperatura superficial de la Tierra va en aumento. Es lo que ha comprobado una investigación basada en el retroceso de bosques y selvas observado desde los satélites. Aunque el efecto del calor extra es local, la globalización de la deforestación está haciendo que este calentamiento termine siendo global.

La serie de procesos que hay tras el cambio climático se expresa en un calentamiento global del planeta. El mecanismo más estudiado y señalado es el que conecta las emisiones de gases de efecto invernadero con el aumento de la temperatura. Hasta ahora, se veía a los árboles como cazadores de CO2, que necesitan para vivir. Cada árbol menos, era más CO2 en la atmósfera. Pero hay otro mecanismo menos estudiado que también ayuda a enfriar la superficie y es la evapotranspiración vegetal que, como la sudoración en los humanos, ayuda a reducir el calor.

Además de la evapotranspiración, de los varios mecanismos biofísicos que afectan a la interacción entre tipo de cubierta vegetal y el clima local, el más importante es el efecto albedo. Se trata de la capacidad que tiene una superficie de reflejar más o menos radiación solar, es decir, devolver más o menos calor al espacio. La nieve, por ejemplo, tendrían un albedo muy elevado, cercano al 90% de la radiación incidente, mientras que un bosque rondaría entre el 8% y el 10%.

Cada transición en el uso de la tierra tiene un impacto diferente. No es lo mismo deforestar una selva para cultivar palma o soja que usar el terreno como pastizal para el ganado. El segundo aumenta su efecto albedo, pero, al haber menos verde, reduce al mismo tiempo su capacidad de evapotranspiración. En ese delicado balance, el enfriamiento o el calentamiento depende de cuál de los dos procesos acaba imponiéndose.


Los investigadores comprobaron así que, en las latitudes más altas, en las regiones boreales, la perdida de árboles eleva de inmediato el albedo de la superficie, nevada buena parte del año. Aquí apenas han detectado calentamiento. De hecho, han comprobado lo contrario. En cambio, en zonas tropicales dominadas por especies arbóreas de hoja ancha y perenne, la deforestación en favor de la agricultura o la ganadería elevan el albedo de la superficie, pero eliminan la regulación térmica que producía la transpiración de los árboles.


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El futuro de la ciencia queda atascado en el Parlamento


La posibilidad de aumentar la financiación de la investigación científica en los próximos años se ha chocado hoy con la dura realidad parlamentaria. El Gobierno ha pedido al resto de fuerzas políticas que si su objetivo es aumentar la inversión pública en I+D, la manera de hacerlo es dejando que se aprueben unos nuevos presupuestos para 2018. La oposición ha protestado recordando que el Gobierno no ha presentado aún ningún proyecto al Congreso de los Diputados; y el tiempo para hacerlo se está acabando.

En su última comparecencia en una sesión de control al Gobierno, Luis de Guindos, ministro de Economía que dejará su puesto en unos días para ir al Banco Central Europeo, ha ofrecido un gran pacto por la ciencia al resto de fuerzas políticas. De Guindos ha reconocido que entre los científicos “hay unos niveles de temporalidad más altos de lo deseable” y ha ofrecido la posibilidad de acordar un aumento de los recursos públicos que se dedican a financiar la investigación con un pacto presupuestario con el resto de fuerzas políticas. “Vuelvan a apoyar los presupuestos”, esta es “la herramienta que tenemos para hacerlo”, ha dicho en respuesta a una batería de preguntas de los socialistas.

Fuera del Parlamento se reactiva el movimiento Carta por la Ciencia. La iniciativa, que critica el “abandono de la ciencia española provocado por los recortes en la inversión en ciencia por parte del actual Gobierno”, ha recabado ya más de 200.000 firmas en poco más de una semana. La iniciativa ha sido impulsada por científicos, académicos, miembros del Consejo Asesor de Ciencia y Tecnología y del Consejo Rector de la Agencia Estatal de Investigación y sindicatos con el objetivo de reeditar un pacto parlamentario para aumentar la inversión en ciencia como el que se alcanzó en 2013, que fue ratificado por todas las fuerzas políticas menos el PP.


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Si los neandertales desaparecieron, ¿qué hacemos nosotros aquí?

La extinción de los neandertales plantea una pregunta inevitable: si ellos desaparecieron, ¿por qué nosotros seguimos aquí? Hasta ahora, la respuesta era más o menos sencilla: nosotros somos más listos. Los neandertales son una especie humana que vivió en Europa unos 200.000 años como mínimo y que desapareció hace unos 40.000, precisamente cuando nuestra propia especie, el Homo sapiens, llegó al continente. Se trata de un espacio de tiempo descomunal: si lo comparamos con la invención de la escritura, que marca el final de la prehistoria y el principio de la historia, estamos hablando de sólo 6.000 años, una fracción mínima del tiempo que nuestros primos (o hermanos) habitaron Europa. Supieron adaptarse a cambios climáticos gigantescos y, durante el último periodo de su existencia, sobrevivieron durante miles y miles de años a las brutales condiciones de la Edad de Hielo. Pero, en un periodo relativamente corto, desaparecieron de los registros arqueológicos.

El descubrimiento, anunciado este jueves en la revista Science, de que los neandertales fueron capaces de producir arte abstracto y complejo es gigantesco, pero no sorprendente. En los últimos años, gracias entre otras cosas a excavaciones en la península Ibérica, en la cueva asturiana del Sidrón y en las gibraltareñas de Vanguard y Gorham, la idea de que fueron unos seres brutos, sin apenas luces, se ha derrumbado. Se medicaban, cuidaban a sus ancianos, decoraban sus cuerpos con colores y plumas, habían sido capaces de producir dibujos geométricos y poseían el gen FoxP2, que permite el lenguaje.

Pero este hallazgo, basado en una nueva datación de pinturas, va más allá porque les convierte en nosotros. La pregunta de qué nos convierte en humanos tiene muchas respuestas, pero una de las más frecuentes es precisamente esa: la capacidad para producir arte y contar historias. Ahora sabemos que ellos también la tenían. Entonces, queda la pregunta más inquietante. ¿Qué les llevó a desaparecer después de vagar por la tierra durante tanto tiempo? Seguramente no existe una respuesta y, desde luego, no existe una respuesta única. ¿Les matamos nosotros? Es posible, aunque también desaparecieron de lugares que no habían alcanzado los sapiens. ¿Cambió su ecosistema con la llegada de nuestra especie? ¿Se adaptaban peor a las transformaciones? ¿Les dejamos sin caza? Puede ser. En cualquier caso, la confirmación de la complejidad de su inteligencia constituye una gigantesca advertencia sobre la fragilidad de todas las especies, incluida la nuestra.

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La contaminación aumenta un 20% el riesgo de sufrir un tipo de ictus a corto plazo


La sombra de los efectos nocivos de la contaminación en la salud se alarga tanto como la boina de polución que cubre de cuando en cuando el techo de las grandes ciudades. Además de aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares y determinados tumores, de generar déficit de atención en la escuela y alteraciones en el desarrollo cerebral de los niños, o incluso incrementar la mortalidad entre los propios fumadores, la contaminación atmosférica que produce principalmente la combustión de motores diésel está relacionada también con un mayor riesgo de desarrollar un tipo de ictus. El Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM) y el Instituto de Salud Global Barcelona (ISGlobal) han constatado que la exposición a altas concentraciones de carbón negro (hollín) eleva un 20% el riesgo de sufrir un ictus aterotrombótico.

Los científicos ya conocían que la contaminación atmosférica elevaba la mortalidad por ictus a largo plazo y que los altos niveles de carbón negro —más conocido como hollín— en la atmósfera influía en las muertes por dolencias cardiovasculares. La novedad de esta investigación, es que, por primera vez, se ha demostrado que la exposición a concentraciones elevadas de hollín precipita a corto plazo el desarrollo de un accidente cerebrovascular. 

Los resultados de la investigación, explican los artífices del estudio, vuelven a poner sobre la mesa la necesidad de concienciar de los riesgos de la contaminación y regular, en concreto, los niveles recomendados de concentración de hollín en el aire.


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Ante la moda de comer natural


En la seguridad alimentaria, las personas somos parte del problema, pero también, y sobre todo, somos la solución. Hemos desarrollado procesos y procedimientos que minimizan —y en algunos casos, eliminan— riesgos asociados al consumo de ciertos alimentos. Hay verdaderos hitos tecnológicos que han cambiado, sin exageraciones, el curso de la humanidad. Un ejemplo claro es la pasteurización, un avance del siglo XIX, que ha salvado millones de vidas y que parece no recibir el reconocimiento que merece bajo el dictado de ciertas tendencias devotas de lo considerado fresco, natural, sostenible.

En los últimos años, parece estar de moda cuestionar pilares fundamentales sobre los que se ha asentado la calidad y esperanza de vida que disfrutamos actualmente. La vacunación, la antibioterapia y la higienización son, entre otros, herramientas básicas en la lucha contra las enfermedades infecciosas.

Por eso asistimos preocupados a la implantación creciente de ciertas modas (como el consumo de leche sin pasterizar o productos lácteos derivados sin la maduración suficiente) que pueden poner en peligro lo que tanto esfuerzo ha costado construir en el campo de la seguridad alimentaria. Pasterizar es barato, sano, apenas altera las características organolépticas y asegura una excelente calidad microbiológica del alimento. Y hay otras técnicas para aquellos alimentos donde esta no sirva: esterilización por calor, irradiación, acidificación, altas presiones, etcétera. La lista es inmensa y adaptable a casi cada alimento.

Europa es un líder mundial en el control sanitario de alimentos en toda la cadena de producción, implicando en la tarea a todos los actores (ganaderos, agricultores, veterinarios, administraciones, etcétera). No se debe olvidar que hoy en día la producción de alimentos es centralizada en muchos casos: una factoría produce una enorme cantidad de alimentos que se transportan a lejanos puntos de distribución. Un problema de higiene alimentaria en esa fábrica, generará problemas en consumidores dispersos y remotos. Por lo tanto, la producción es en muchos casos centralizada, pero los problemas se descentralizan.

Estos riesgos conforman todo un escenario de salud pública, ya que originan la necesidad de análisis, de evaluación, de mejora de las técnicas en la producción y procesamiento de alimentos y, a la postre —valga el juego de palabras— de una regulación normativa que garantice la seguridad alimentaria. Detrás de cada brote de enfermedad de origen alimentario siempre hay un fallo en los mecanismos de higiene, aunque podemos estar tranquilos, hay tecnologías disponibles para prevenirlos.


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